El amor que siento por los musicales ha acabado
dejándome sin zapatos.
Hace un mes destrocé unos preciosos mocasines
marrones, mientras chapoteaba charcos poseído por el espíritu de Gene Kelly. Y,
justo ayer, los brillantes de color negro que solía utilizar para las grandes
ocasiones pasaron a mejor vida, tras ser sometidos a la tortura de una
interminable sesión de claqué.
Así que hoy, a falta de zapatos que ponerme, no he tenido más remedio que quedarme en casa, soñando con conseguir algo de dinero para comprar unos nuevos el lunes.
De todos modos, creo que una parte de mí es un poco masoquista, ya que estoy de nuevo pensando en disfrutar esta noche de otra emocionante película musical. Pero,
tranquilos, esta vez voy preparado. Calzo unas indestructibles zapatillas de
“estar por casa”, sin ningún tipo de glamour, gracias a las cuales conseguiré
mitigar la tentación de volver a creerme el protagonista de la película.
Aunque,
pensándolo bien, quizás hubiera sido mejor invitar a mis amigos a cenar. Al menos tendría a alguien cerca que me devolviera
a la realidad justo en el momento en el que empezara a hacer el idiota, utilizando la
mesa del comedor como escenario.