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miércoles, 18 de septiembre de 2013

Melodías en la Cocina

    
     Suena “It's a Long Road” de Supertramp, mis gatos, Mini y Lucas, me observan atentamente cada uno sobre una silla de la cocina, les encanta el olorcillo que desprenden los guisos que cocino y a mi también. Los muy sinvergüenzas están ahí a ver si, en un brote de generosidad mía, les cae algo. Soy un tipo de la generación “X” tardía y en casa de mis padres nunca cociné. Mi madre era la que se encargaba de ello y, aunque mi padre no era ni mucho menos un "caradura", este quehacer cotidiano solía ser, en la educación que ellos recibieron, asunto habitualmente del sexo femenino. Cuando abandoné la calidez del hogar paterno y me fui a vivir con mi chica… Entonces llegó la tormenta… Nunca me había imaginado que parte de nuestra generación, o al menos nosotros dos, estaría tan desamparada en cuanto a aspectos culinarios se refiere. La retahíla de pizzas congeladas, burgers con patatas fritas, kebaps y otros fast foods que empezaron a poblar nuestra dieta cotidiana fue aumentando día a día, ¡a la porra se fue la “dieta mediterránea”!… Y no es que tengamos nada contra este tipo de comida “rápida”, al contrario, nos encanta ir ocasionalmente a todo tipo de estas “famosas” franquicias , es divertido…


Dieta básica de todo recién emancipado que se precie

      ¡Pero un buen día de septiembre, hace unos pocos años, todo cambió! Era plena temporada de la sepia en el Mediterráneo y, mi amigo “Cosco”, se hizo con su barquita a la mar y consiguíó pescar unos magníficos ejemplares de este molusco cefalópodo. El ritual para celebrarlo consistió en la elaboración de un “arròs negre” (arroz negro) en el corral de casa Xavi, otro camarada. Se trata de un plato típico mediterráneo que básicamente consiste en un arroz seco elaborado con caldo de pescado de roca, un sofrito de ajo, cebolla y tomate, y aderezado con trocitos de sepia, calamar y gambas. El color negro se le da utilizando la tinta del calamar como condimento. Se suele comer solo o acompañado con “All i Oli”, una deliciosa salsa cuyo origen se remonta a la noche de los tiempos…

     Y allí al aire libre, mientras comía aquel estupendo arrocito empezaron a asaltarme buenos pensamientos gastronómicos: las tortillitas de patatas que hacía mi abuela, minimalistas, sólo patata pelada muy fina, huevos, sal y aceite de oliva pero deliciosas, como sólo ella sabía hacerlas, las habitas fritas con ajitos tiernos y embutido de mi madre, el potaje con almendra rallada, para que el caldo fuera más espesito, de mi tía Vicen, el salmorejo y las patatas rellenas de mi suegra, cordobesa ella… ¡Aquello no podía seguir así!! ¡Había que hacer algo urgentemente!!

     Me puse manos a la obra, me documenté, asalté a preguntas sobre “cocina” a mi madre, vi programas televisivos del omnipresente Carlos Arguiñano, virtuoso de la cocina, leí novelas de Pepe Carvalho, el genial detective gastrónomo creado por Manuel Vázquez Montalbán y por fin me atreví. Ahí estaba yo frente a los fogones reglamentarios, bueno en realidad la “vitro” reglamentaria, un auténtico novato autodidacta dispuesto a cocinar los mejores platos y…




      La verdad es que los principios fueron difíciles, la faena se amontonaba, lo que me había parecido fácil se volvía difícil: “¡Caray! ya se me ha olvidado echar sal”, “tengo que pelar las patatas antes de poner el aceite a calentar”, “¡¡noooo, no puedes aprovechar el aceite del pescado para freir carne!!”…  Parecía que aquello iba a poder conmigo, era más complicado de lo esperado, ¿Qué hago?, me dije, “tengo que mantener la calma” y decidí tomármelo con mucha tranquilidad, sin prisas, porque ya empezaba a intuir que la buena cocina es algo que no sabe de prisas, el fast dejémoslo para las “famosas” franquicias. Y además decidí añadir un elemento nuevo en la cocina, una de mis más grandes pasiones, la música. Empecé a cocinar escuchando mis discos favoritos y la cosa, poco a poco, ¡empezó a funcionar! Mi querida media naranja empezaba a cambiar la cara de apuro y aversión, primero por la de sorpresa y poco a poco por cara de placer ante la comida que yo hacía. Y poco a poco fui descubriendo un mundo donde la creatividad no tiene límites, donde los sabores se funden en un magma de sensaciones delicio... Vale, vale, ¡ya me estoy embalando!. Bueno, descubrí que con un poco de empeño y paciencia, y sobre todo mucha práctica, uno puede llegar a cocinar y comer decentemente. Además se puede pasar un rato muy divertido si uno se acompaña, por ejemplo, de una  buena cervecita y un buen disco, combinación que nos servirá además de inspiración a nuestra  creatividad culinaria.


     Por ello, en Sibarismusic hemos decidido abrir esta nueva sección que vamos a bautizar como “Recetas Musicales”. En ella no nos proponemos dar lecciones de cocina a nadie, nosotros mismos no pasamos de meros aprendices, sino pasar un ratito divertido cocinando y escuchando música y de paso sugerirles a ustedes un álbum o disco seleccionado para acompañar la elaboración de cada plato, por si un día se aburren o no saben que hacer para comer o para cenar. Y recuerden, mantengan contentos a sus estómagos, y a sus oídos, porque como decía Pepe Carvalho “La soledad del ayunante es la peor de las soledades”.

                                             

                                                                                                                Musical Gourmet




                                                                                                                

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